Para Morella,
quien ha vivido bajo una tormenta por varios años.
2003
Ojalá que llueva pronto. Percibo el olor a tierra mojada en la lejanía y oigo los truenos a cierta distancia, con aparente ganas de acercase. Afuera cambian los colores y los árboles se tiñen de gris azulado para hacer juego con mi alma. El viento está inquieto, como yo.
Quiero que empiece a llover y no pare nunca.
Quiero que caigan gotas grandes, enormes, sonoras.
Quiero morir ahogada en la lluvia.
Quiero agua, líquido, lágrimas.
Porque si afuera hay colores me siento desubicada. Como si el colorido del buen tiempo y un cielo azul y diáfano que no me pertenecen, me exigieran o me impusieran la obligación de sentirme contenta y agradecida con la vida.
Y es que no me siento capaz de olvidarme de mí misma, de lo que siento por dentro.
Cuando el afuera nos dice: “Tenemos que ser felices, es momento de celebrar", es cuando peor podemos sentirnos los que estamos encerrados en una cueva oscura. Porque eso de “ser feliz a juro” es casi lo mismo que “ser delgado a juro”, “ser bello a juro”, “ser joven a juro”, “ser próspero a juro”, “ser optimista a juro”. Ahora que lo pienso, debe ser por eso que los índices de suicidios y depresiones severas aumentan considerablemente en la Navidad, cuando todos “debemos” estar contentos, todos “debemos” celebrar con la familia, todos “debemos” hacernos el regalo del amor incondicional, de las sonrisas eternas y debemos intercambiar presentes (aunque no tengamos ni un centavo), a juro.
¡Es que la Navidad es como un día asoleado muy largo!
Quiero lluvia, quiero truenos, relámpagos y si es posible hasta un terremoto, una inundación, una bomba, un atentado o, al menos, por favor, un intento de golpe de estado…. ¿Un toque de queda? Sería maravilloso, no tendría ni siquiera el deber de plantearme que debo salir a la calle porque tengo días encerrada sin querer ver a nadie y “eso no es bueno”, el deber de "distraerme para no volverme loca”, el deber de “tratar de poner la cabeza en otra cosa, porque así el tiempo, sanador de heridas, pasará más rápido”.
Algunos sugieren rezar y, aunque sé que lo hacen con buenas intenciones porque creen en eso o porque a ellos les sirve, me pregunto: ¿Rezar? ¿A quién? ¿Rezar para qué? ¿Para que Dios haga su voluntad que es siempre lo mejor para nosotros? ¿Cómo voy a rezar para que Dios me mande lo que no quiero, por más que Él piense que es lo mejor para mí? ¿Cómo puede ser lo mejor para una madre sentir que pierde a su pequeño hijo sin poder hacer algo para evitarlo? ¿Sólo porque es la voluntad de Dios? ¿Cómo puedo reconfortarme con la creencia de que “por algo será” y “algo tenemos que aprender de todo esto”?¿Cómo va a salir a distraerse alguien que acaba de darse cuenta que no tiene ningún control sobre la vida, ni sobre la muerte?¿Cómo va a desear colores alguien que, a pesar de no ser daltónico, es incapaz de percibirlos en un momento de “voluntad divina”? ¿Es esto ser egoísta? ¿Acaso el dolor nos permite no serlo? ¿No son el dolor, la alegría y todos los sentimientos profundos, elementos que conciernen solamente al ego?
Lluvia, nubes, rayos, tormenta. Es mucho más cómodo, más acogedor. Cuando lo que está dentro, está afuera, uno no se siente alienado, uno no se siente extranjero en su propia piel.
Porque cuando llueve mientras estoy triste, puedo sentir que el universo me comprende y llora conmigo.
“Qué llueva, qué llueva, la vieja está en la cueva, los pajaritos cantan, las nubes se levantan. Que si, que no, que caiga un chaparrón”.