14.5.10

Sala de espera

Fotografía: Maria D. Torres (Calendario 2010 Grupo Pronto)

Era una sala fresca, tenía grandes ventanales con vista al Ávila. Las paredes pintadas de colores pasteles con afiches de paisajes puntillistas de diversas geografías, daban más frescura al ambiente, para separarlo del calor infernal de la calle. La secretaria, sentada detrás de un escritorio gris metálico, recibía a los pacientes que iban llegando, tomaba sus datos, trabajaba en una computadora y, de vez en cuando, atendía el teléfono.

En la sala había dos parejas, dos mujeres solas y un muchacho que escuchaba algo en un ipod. La primera pareja que había llegado, se veía muy compenetrada. Rondaban los treinta y pico ella y él los cuarenta y dele. Él le tomaba la mano a ella y hacía dibujitos con su dedo indice en el dorso de la mano de ella. Ella simplemente lo miraba plácida, sonreída. Con la otra mano, ella se sobaba una panza pronunciada, como de ocho meses. De vez en cuando él bajaba su cabeza hasta la mano de ella y la besaba con ternura.

La segunda pareja - ambos rondaban los cuarenta - parecía no conocerse. Ella, con cara de carnicero amargado, pasaba, sin leer, ls páginas de una revista vieja de Salud y Bienestar. Él jugaba con su celular, a pesar de que en una de las paredes de la sala había una viso en acrílico que decía: Favor apagar sus celulares. También esta mujer tenía una panza pero era mucho más grande que la de su vecina de silla, parecía como de veinte meses.

El muchacho, de unos veinticinco años, tenía una cara bella con rasgos refinados. Vestía un chaquetón de bluejean, zapatos de goma raídos y un pantalón kaki con manchas de pintura. Del bolsillo de la chaqueta salía un cable de los audífonos que tenía puestos en las orejas. Miraba el Ávila como si en la sala no hubiera más nadie pero a ratos miraba con desespero a su vecina de silla.

Una de las mujeres que estaba sola, estaba sentada al lado del muchacho del ipod. Tejía con destreza unos escarpines amarillos. Mientras tejía, no dejaba de mover las piernas y de morderse el labio inferior. De vez en cuando el chico del ipod le miraba las piernas inquietas como rogando que se detuviera. A esa mujer no se le notaba ninguna barriga.

La otra mujer sola, sentada en una esquina de la sala, tenía la mirada perdida en el paisaje del afiche que tenía frente a ella. De sus ojos salían lágrimas que ella, con disimulo, secaba con una pañuelo blanco que escondía en su mano derecha. Esta mujer tenía una barriguita protuberante que hacía difícil saber si estaba empezando el embarazo o si acababa de parir.

En ese momento sonó el teléfono. La secretaria respondió y, al trancar, ser dirigió al muchacho del ipod y dijo: "Patricia, puedes pasar. Segunda puerta a la izquierda".
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