18.6.08

EGIPTO EN EL PEDREGAL

Se llama Juana Coínta García. Tiene nietas quinceañeras y trabaja en una peluquería. Pero una o dos veces al año, o cuando simplemente le provoca, decide ser alguien más: Princesa Cora, San Nicolás Elegante o hasta Árbol de Navidad Enchufable. Esta vez, para su cumpleaños, quiso ser Cleopatra y el barrio entero la acompaño.

La tarjeta de invitación es una postal. Al frente, un faraón y en la parte posterior, letras doradas escritas a mano: "Acompáñame en mi Fantasía Egipcia/ / a ser parte de ella para pasar/ este inolvidable momento/ Día: 10-02-2008/ Hora: 1p.m./ Lugar: El Pedregal/ P.D. Si un detalle me van a obsequiar, con cualquiera de las dos monedas (Bs. de los viejos o de los fuertes) me pueden impactar”.


Es un domingo de febrero. Una y cuarto de la tarde. Cora García, maquillada –por Antonieta Carmassi, compañera de trabajo- como para una toma de la película donde se conocieron Elizabeth Taylor y Richard Burton, espera nerviosa el vestido que aún no llega.
Las sillas vestidas, colocadas por la agencia de festejos a todo lo largo del callejón Farfán del barrio El Pedregal, comienzan a ser ocupadas por invitados que llegan temprano para así reservar un buen lugar desde donde puedan ver la entrada triunfal de la reina del Nilo, el personaje escogido por Cora para esta ocasión.


Al fondo del callejón, detrás de la torta de cumpleaños –una replica culinaria de las pirámides de Giza, creación de Mairín Romero, sobrina de la cumpleañera-, se yerguen una enorme cobra y dos figuras faraónicas hechas de anime, mientras dentro de una habitación de la casa de su hermano, a pocos metros de allí, Cora, inquieta y acalorada, pide un ponche crema para relajarse.
“Es lo único que puedo tomar, porque lo demás me cae mal”. Está contenta y nerviosa.

Colocados ordenadamente sobre la cama están los accesorios que lucirá la reina. Collares, pulseras y adornos para la cabeza –traídos directamente de Egipto por Olga Núñez, su amiga y cliente- , una corona de piedras brillantes de colores y otra cobra erguida, elaborada cuidadosamente por Mairet García, también sobrina de la homenajeada.
“La hizo con plastilina y aluminio repujado. Las piedras de colores las compré yo”, dice Cora.

Alrededor de la una y media, llega por fin el vestido. Lo trae Carlos Castillo, sobrino de Cora que estudia diseño de modas y quien, además de confeccionar su propia interpretación de uno de los fastuosos trajes de la reina, se encarga personalmente de vestir a su tía y hacer los ajustes de última hora.
“Él fue el mismo que hizo los dos trajes de geisha que me puse en la última fiesta de navidad de la peluquería”, recuerda ella. Esa vez escogió vestirse de oriental porque se había inyectado en la cara unas vitaminas que le ocasionaron una reacción alérgica. “El rostro se me hinchó tanto que los ojos se me cerraron como a una china. Entonces fui al estudio de Carlos y él me prestó los vestidos de geisha que había elaborado para un examen”.

Ya lleva el traje de faraona. Unas amigas le colocan la peluca y las capas de ornamentos. “Era una peluca normal –precisa Cora-. Natalia tuvo que hacerle el corte de pelo con pollina y un desriz con plancha para que quedara como el cabello de Cleopatra. ¿Verdad que quedó igualita?



“CORA ES MI NOMBRE ARTÍSTICO. Hace tiempo yo trabajaba en una casa de familia y allí el chofer empezó a llamarme Coromotico. De ahí me fui a trabajar a la peluquería del Country Club, y como a la gente se le hacía difícil pronunciar Coínta, yo misma me puse el Cora y es así como todos me llaman ahora”.

De piel cobriza, manos limpias y siempre bien arregladas, no es alta ni delgada, pero su actitud la hace verse y sentirse hermosa. Tiene una sonrisa que reconforta. Siempre le gustó disfrazarse, llevar un personaje puesto. Esta no es la primera vez que ella se disfraza. Nació y ha vivido siempre en El Pedregal. Antiguo hogar de peones de la hacienda Bandín, hoy barriada modesta pero no tan pobre que, con sus tradiciones y familias, quedó insertada entre dos de las urbanizaciones más ricas de Caracas. Allí vino al mundo en 1051, y allí se crió junto a sus padres y sus nueve hermanos. Se ponía vestidos de llanera para ir a las fiestas de la comunidad; a veces se inventaba personajes con la ropa de su mamá. Pero el primer disfraz escogido por ella misma se lo hizo ya de adulta.

Hace cinco años decidió empezar a disfrazarse para animar la fiesta de navidad de la peluquería donde trabaja como manicurista desde hace quince años. “Un diciembre se me ocurrió eso porque las cenas navideñas eran aburridas y todo el mundo se iba al terminar de comer”. Entonces ideó un traje de Princesa Cora, hecho completamente de papel y a ese seguirían luego, en años sucesivos, los disfraces de San Nicolás Mujer, San Nicolás Elegante y el de Árbol de Navidad Enchufable (con luces intermitentes). El año pasado lució dos trajes diferentes de geisha para la misma fiesta: uno amarillo, más informal y otro dorado. Ella ama el dorado, ella adora todo lo que brilla.

En diciembre de 2006, una cliente que trabajaba en la Coca Cola y que había visto su disfraz de pino navideño, la invitó a participar en una velada de cuenta cuentos infantiles, en la plaza Brión de Chacaíto. Cora se enfundó su traje y se movió por la tarima mientras los animadores le contaban a los niños la tradición del árbol de navidad. “No me pagaron, pero me regalaron cuatro cajas de refrescos”.

En las pasadas fiestas volvió a vestirse de pino y fue a “enchufarse” en la plaza Altamira para regalarle chupetas a los niños, de su propio bolsillo. La electricidad falló y entonces volvió a su barrio, se conectó a un tomacorriente y repartió meas de seiscientas chupeta entre sus vecinos más pequeños.

“YO PENSÉ PRIMERO EN LO DEL DISFRAZ de Cleopatra para mi nieta que cumplía quince años. Pero cuando comencé a leer sobre ella y vi que había tenido tantos hombres, no me pareció muy bueno para la niña, así que decidí mejor disfrazarme yo de la reina de Egipto, para mi cumpleaños. La preparación fue larga. Yo guardaba dinero cada quincena, leí todas las historias de Cleopatra que me bajaba la gente de Internet, fui a ver la obra “Cleopatra y el Niño Faraón” en un teatro de Las Mercedes, donde me fijé en todos los detalles y, además, compré el CD con la música de la obra para empezar a practicar los bailes egipcios. ¡La letra es espectacular?”.
(Dicen que soy la más hermosa y coqueta,/ la más seductora y preciosa…/ Pero dicen tantas cosas,/ que soy mala y ambiciosa,/ malcriada y arrogante (…) CORO: Cleopatra, sexy Cleopatra,/ su belleza nunca se irá.? Faraona de oro y plata,/ a todos conquistará./ Busco una pócima o brebaje,/ joven siempre quiero ser).

Su familia en pleno la ayudó a preparar la fiesta. También muchos amigos. Pero ella misma lo pagó todo, varios millones. Se gastó los ahorros que durante ocho años había acumulado para construirse una casa en Santa Lucía. “!Porque sí! Porque la vida es una sola y puedo empezar a ahorrar para eso otra vez”.

El letrero de la entrada del callejón lo hizo su hermano Adrian, que es dibujante. Sus hijas Cori y Emirte se ocuparon de la organización junto a Ingrid Abarga, una experta en fiestas. Además contrataron al animador Víctor Calles, a Los Cañoneros de Antaño y a un grupo de tambores de Anzoátegui: Danzas Riberas del Nevera. El discplay fue un obsequio de su amiga Mariana Granda. De los pasapalos, las bebidas y las sillas decoradas se encargó la agencia de festejos. La tarjeta con motivos egipcios para que firmaran los asistentes la hizo Carmen Gómez, una compañera de trabajo.
“Y otra compañera me consiguió la película de Liz Taylor, donde me fijé bien para buscar la tela, las sandalias, la peluca y todo eso”.
Fue tanta la movilización que la gente del barrio pensó que la Alcaldía de Chacao daría una fiesta por la octavita de Carnaval.

Se enviaron ochenta invitaciones y otras veinte personas fueron invitadas de palabra. Cora no pudo invitar a todo El Pedregal, pero sí vino gente del Tuy, donde tiene familia y meas amigos, y donde va a construir su casa cuando ahorre de nuevo el dinero que se gastó en la fiesta.


CUANDO POR FIN ESTÁ LISTA PARA SALIR, la cumpleañera sonríe mirándose en el espejo, y nos muestra los movimientos que ha estado practicando durante las últimas tres semanas para poder bailar como una verdadera egipcia. “Así, mira” y comienza a mover los brazos como bandas de tela al viento, cruzándolos frente a su pecho. Una especie de danza hawaiana, de esas que se ven en el cine. Las risas no paran, todo el mundo dice que Cora es única.

Afuera hay expectativa. A la seña de una de las hijas, el animador da la orden al encargado del discplay para que ponga la música seleccionada para la entrada triunfal de Cleopatra: una mezcla de danza árabe con una pizca de tango (la pista cinco del CD de la obra de teatro). Ya Cora no es Cora, ahora es Cleopatra.

-Lo único que te faltó fue haber aprendido a hablar egipcio –le digo cuando va saliendo.
-Lo pensé –me responde, pero mana, ¡eso era demasiado complicado!

Lo que más le gusta a Cora de disfrazarse es el momento de salir, el factor sorpresa: bajar las escaleras de la peluquería o salir al callejón, sabiendo que todo el mundo la espera con curiosidad. “Me encanta llamar la atención. Siempre me ha gustado. Es una alegría que a mi edad… mi espíritu… que la gente se divierta gracias a mí, que me nombren. Eso es lo que más me gusta: que me nombren”.


Son las dos de la tarde. Llegó el momento.
Los flashes disparan sus luces y Cora desfila moviendo sus brazos como serpientes al son de la tonada árabe. Una enorme y auténtica sonrisa ilumina su cara. Las contagiosas carcajadas del público presente inundan el callejón y se multiplican con cada movimiento de la mujer dorada. La gente llega a llorar de la risa. Los no invitados también gozan asomados desde sus ventanas y balcones.
Una vez de regreso al punto donde han quedado a su espera los faraones de anime, la cobra y la torta-pirámide, Cleopatra se sienta en su trono y empieza a organizarse la cola de invitados. Todos quieren tomarse la foto de rigor con la reina. Uno a uno, hijos, sobrinos, nietos, tías y tíos, familiares lejanos, amigos y compañeros de trabajo van pasando para posar junto a este personaje histórico que ha traído Egipto a El Pedregal por una tarde, cual si se tratara de un parque temático.

Después de los retratos protocolares, empieza la fiesta: animador, anfitrionas, concursos, premios sorpresa (esfinges y pirámides lujosamente empacadas), música de antaño, ritmo de tambores, pasapalos, cervezas y refrescos…

En plena fiesta, alguien murmura a mi lado que con el dineral que se ha gastado Cora en esta fiesta de una tarde, se hubiera podido ir a Margarita por una semana. Pero Cora prefiere regarle risas a la gente y ser el centro de atención por unas horas a ser una bañista anónima en una playa lejana donde seguramente nadie la nombraría.

A CARMEN ANTONIA, OTRA CARMEN QUE LA CONOCE desde hace quince años, le pregunto una tarde de poco trabajo en la peluquería:
-Tú que la conoces desde hace tiempo, ¿cómo describirías a Cora en pocas palabras?
-Ella es una mujer polifacética en su locura.
-¿Crees que está loca?
-Nooooo, no es eso lo que quise decir. Lo digo porque exterioriza todo. Es sumamente auténtica, no tiene dos caras. Da todo sin pedir nada a cambio. Es una amiga de verdad. Una mujer de una calidad humana extraordinaria.
-Cuando me dices que no tiene dos caras, me pregunto si el disfrazarse no es esconderse detrás de otra cara…

-Claro, pero eso lo hace para olvidar por un rato sus problemas. Es su lexotanil. Ella escapa de los problemas con la risa, como una niña. Si ella está loca, pues yo envidio su locura.

Texto y fotografías: María Dolores Torres
(publicado en la revista Marcapasos Año 2 No. 7. Caracas, Venezuela.
Junio 2008)
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