Habíamos quedado la semana pasada en reunirnos a a cenar las 3, después de por lo menos 20 años sin vernos. Mi super yo, que últimamente ha estado bastante estricto con mi pobre consciencia, me dijo NI DE VAINA, no puedes. Pero ¿cómo decir que no a una oportunidad como esta? ¿A un reencuentro que nunca imaginé posible? Vaya, estrene la nueva tarjeta de crédito y después vea cómo paga, pero esto es una oportunidad que quizás no vuelva a darse, porque no sé sabe si estará aquí la semana que viene.
Sintiéndome como un culo- no tanto por la cuenta bancaria sino por un dolor de cabeza pegado, por el estrés o por la tensión- agarré mi cartera y salí al encuentro de mis hermanas de la infancia.
“¿Quieren media botella? –sugirió el mesonero. ¿Nosotras? ¿Acaso nos ha visto cara de viejas alcohólicas?. No gracias, pediremos un trago cada una. Si tomamos media botella no llegamos a casa”. Llega el primer trago. Hoy no lo tomaré con Coca Cola, me da pena. Soy una señora, no una quinceañera en un baile con la Billo´s.
No, para qué, si ellas terminaron pagando más de lo que cuesta una botella completa, y NO voy a decir la marca, pero era de los jóvenes. Y a pesar de las ideas preliminares, no nos emborrachamos. Veremos cómo amaneceremos mañana, pero un antiácido cuesta menos que no vivir estas cosas cuando se puede.
Era una cena temprana. Como debe ser para las señoras de nuestra edad. “Brindemos por el reencuentro, con la izquierda y sin tardar mucho” “A ver, tú, cuéntanos, que sabemos que tienes los cuentos más divertidos”. “Sí, divertidos para ustedes. Yo ya no sé si son divertidos, a veces me arrepiento”. “No, nunca te arrepientas. Uno debe arrepentirse solamente de lo que no ha hecho” "Cuanta razón M. Cuánta razón". "Yo me arrepiento de no haber llegado a ser una ejecutiva exitosa, de no tener cuenta para el retiro, pero he vivido la vida intensamente. Aún a un costo elevado".
Llegan 4 niñitas, como de 15 pero que parecen de 18. Me saludan con un beso y luego saludan de igual manera a M y M. Les hago una seña a mis amigas preguntándoles quienes son. Ellas ni puta idea, ¿o sea que saludaron por mí?. Después de un esfuerzo, recuerdo. Allí están, como nosotras la última vez que nos vimos, según M en un restaurant húngaro. Yo no recuerdo haber comido Goulash.
Nos ponemos al tanto mientras tomamos el segundo trago. Ya nos hemos atragantado cuatro vasitos de Grisinis con mantequilla de ajo y aún no hemos pedido la comida. No me dejan parar de hablar. Si no me callo, ellas irán por el tercero mientras yo comienzo con el segundo. Termino, respiro y tomo. Ahora le toca a M. Un resumen rápido, un suiche a la consciencia. La vida es la vida y está aquí para vivirla lo mejor que podemos. Amores, hijos, nada de trabajo ni enfermedades o síndromes, eso es una ladilla. Hij…. amores, eso es más divertido. De tres, dos nos confesamos madres a duras penas. Es difícil. Todas seguimos soñando con lo mismo. No importa qué. Somos las mismas.
Llega un amigo de la adolescencia, no recordamos bien quién es. Él saluda a las niñas de la mesa de al lado. Son amigas de su hija. Mierda, estamos viejos. Él sentado entre las dos mesas, la del pasado y la del futuro. Nosotras queriendo estar en la mesa de al lado, pero con la sabiduría de la mesa de hoy. Siempre queremos lo imposible, lo que no se tiene. La que no tiene, lo quiere y la que lo tiene lo regala. La perenne desconformidad del ser, pero hoy, al menos, compartida con las amigas de la infancia, entre 3 whiskys, buena comida, 3 postres llenos de calorías, una ida al baño tambaleante y un pus café. Parece que nunca hubieran pasado esos 20 años. La magia de la verdadera amistad, y nuestros padres y madres, todavía viven. No estamos tan graves, aún.
Nota: Estas palabras son para agradecer a mis amigas M y M por la noche de ayer. Las quiero mucho.