28.3.07

A mi mamá le duele la cabeza

Homenaje a todas las madres y los padres de esta generación, o sea, las madres y padres de los niños que han nacido como desde 1985 para acá.
Que si tienen ADD, que si son ODD, que si son "indigos", que si son sobredotados, que si hay que darles libertad para que sean creativos.
En realidad son abusadores de padres indefensos y !NADIE habla de la violencia de los niños hacia los padres!
Este es también un texto de reflexión para todos esos jóvenes de hoy que parecen ser los padres de nosotros, sus padres.


Foto MDTorres

a Ale, mi amado tormento

I

Mi nombre es Sebastián y tengo cinco años. Tengo un papá, una mamá, una hermana grande -que tiene un novio-, un hermano mediano, un perro negro y muchísima, pero muchísima, tarea que hacer todos los días. A veces tengo una señora que viene a trabajar por algún tiempo a la casa y que cuando se va, porque se le murió algún pariente, mi mamá grita mucho más que en días normales y le duele la cabeza todas las tardes.

Antes de vivir en esta casa con jardín, vivíamos en un apartamento. Allá yo tenía a un señor y su esposa que vivían en el piso de abajo y llamaban todas las tardes a mi mamá para que nos mandara a callar o para que no nos dejara correr de la sala al cuarto y viceversa. Entonces mamá nos amenazaba y nos juraba que si no nos quedábamos tranquilos, nos iba a mandar a vivir con los señores de abajo por un mes, a ver si nos “acomodábamos”. Menos mal que nos mudamos a esta casa con jardín porque aquí podemos hacer todo el ruido que queramos y nadie viene a regañarnos; solo mamá cuando le duele la cabeza.

II

Cuando yo salí de la barriga de mamá, ya Camila (mi hermana grande) y Tomás (mi hermano mediano), estaban en el apartamento. Recuerdo que yo lloraba mucho todas las noches porque me gustaba que mamá viniera a mi cuarto, me sacara de la cuna y me prestara su teta para chuparla un rato. Y no era que yo tuviera hambre a esa hora, pero hacía como que tenía el estomago vacío porque me encantaba estar solo con mamá en el sofá azul, con aquel calorcito sabroso y aquella teta suculenta para mí solito. Claro que luego crecí y me cambiaron la teta por un tetero y un chupón que, aunque no eran la misma cosa, me ayudaban un poco a calmar aquella etapa oral aguda que nos estaba matando tanto a mamá como a mí.

Cuando ya me bajaba solo de la cuna y comía sopitas de verduras licuadas, mis padres decidieron ponerme a dormir en el mismo cuarto con Tomás para que él no tuviera miedo a la oscuridad y se le quitaran las pesadillas. En ese momento empezó realmente nuestra amistad y, aunque él no hace sino quejarse de mí y decir que soy una “ladilla”, estoy seguro de que me necesita tanto como yo a él. (A propósito, ¿qué será una ladilla?)

Nuestro cuarto era “finísimo”. Entre los dos teníamos una inmensa colección de calcomanías pegadas en todas las puertas del closet y dos estanterías llenas de dinosaurios y monstruos que de noche hacían como que se querían bajar de allí para meterse en nuestros sueños. También teníamos nuestro cielo privado hecho por mamá, a imagen y semejanza del de verdad verdad. Cada noche, cuando ella venía a arroparnos, cerraba la puerta para que no entrara luz y, bajo nuestras estrellas de plástico fosforescente, jugábamos al juego de apretar cada una de las partes de nuestro cuerpo para después soltarlas y, por último, la parte que más nos gustaba, que era cuando una gran mano invisible nos levantaba hacia el Universo estrellado para luego depositarnos suavemente en nuestras camas y arroparnos con amor.

Mamá y papá dormían en el cuarto más grande y tenían la cama más amplia y suave de todo el apartamento. Además tenían la mejor televisión y el único VHS del hogar donde nosotros podíamos ver películas, siempre y cuando ellos no estuvieran cansados o quisieran estar solos para hablar cosas “de grandes”. Cuando esto sucedía, mi hermano y yo nos poníamos bravos y empezábamos a utilizar todas las técnicas de nuestro repertorio, a las que papá y mamá llaman caprichos, para lograr nuestro objetivo final: estar en el cuarto grande, viendo la tele grande y saltando en la cama grande.

III

Después de vivir allí los cuatro primeros años de mi vida, papá y mamá nos anunciaron que nos íbamos a mudar a la casa de al lado de nuestra prima Mariela, hija de la tía Carmen, hermana de papá. Tanto Camila como Tomás y yo nos opusimos firmemente a aquella resolución inconsulta y dictatorialmente asumida, pero de nada valieron nuestras opiniones y pronto estuvimos metiendo todo nuestro arsenal de armas y juguetes en los gigantescos camiones de la compañía de mudanzas.

Lo único bueno de todo este asunto de cambiar de hogar era que ahora Felipe, el perro que habíamos comprado, iba a tener mucho espacio para correr en el jardín de la nueva casa y también que íbamos a poder jugar todos los días con Mariela y su hermano Pedro. Además, papá y mamá nos prometieron que la casa era segura y que nunca se meterían los ladrones, cosa que, no tanto a mí como a Tomás, nos tenía aterrorizados por haber oído todas esas noticias por televisión acerca de “la inseguridad en la que vive el país”.

El mayor problema de todo este asunto de la mudanza fue que al pisar la casa nueva y justo el día en que se fue la señora de servicio de turno, a mi mamá le empezó a doler la cabeza, inevitablemente, casi todas las tardes. Esto era realmente terrible ya que, si bien habíamos salido por fin de los vecinos de abajo, ahora teníamos la cabeza de mamá metida en nuestra propia casa todos los días. Yo no sé cuál era la causa de aquél dolor pues, hasta donde yo podía percatarme, nosotros, sus hijos, siempre nos portábamos de maravilla.

IV

Para que ustedes mismos puedan juzgar la situación, yo les voy a contar cómo transcurre un día común y corriente dentro de nuestra familia: A las seis menos cinco de la mañana suena el primer despertador de la casa que por supuesto, es el de mamá. Ella entonces aprieta un botoncito amarillo que le permite dormir cinco minutos más antes de que vuelva a sonar el estruendoso pito. Cuando por fin se levanta, entra en nuestro cuarto y se mete en la cama de Tomás quien es, de nosotros los varones, el que más dócilmente se despierta. Mientras ella hace cariños suaves en la espalda de mi hermano ya han sonado los despertadores de Papá y de Camila, quienes se ocupan solitos de su preparación matinal. Una vez despierto Tomás, Mamá procede a meterse en mi cama y con una voz suave y una “rascadita” en mi espalda, me pide humildemente que me levante porque ya es tarde y Papá va a llegar retrasado a su trabajo.

Yo, que siempre estoy muy cansado y con poquísimas ganas de ir al colegio, me hago el loco lo más que puedo y cuando ya es inevitable, me pongo a dar gritos y a quejarme, con la esperanza de que Mamá se canse de mí y me deje dormir tranquilo y bruto, porque según ella si no voy al colegio me quedo bruto. Mamá entonces empieza poco a poco a ponerse intranquila. Como primera medida me dice que se va para abajo a tomar su café. Es en ese momento cuando yo hago mi último esfuerzo y gruño una vez más. A veces viene Papá a recordarme lo de la brutalidad, pero en general termina Mamá por cargarme hasta el comedor con la esperanza de que yo me pacifique.

Al llegar a mi silla pongo en práctica la segunda fase del plan, para la cual tengo dos versiones. La de invierno es que si prenden la luz grito porque me molesta en los ojos y entonces la tienen que apagar y desayunamos todos en la oscuridad total, y la de verano es que no puedo sentarme en la silla ya que ésta es de metal y me da frío en el culo. Como quiera que sea, pasamos a la tercera fase. Ya para estos momentos Mamá perdió toda la paciencia que pudo acumular entre la noche anterior y la madrugada, por lo que desde este momento y hasta que me voy al colegio, la comunicación se establece a elevados decibeles y Papá ya ha cerrado la puerta de su cuarto, desde donde nos llegan notas musicales de jazz que a Mamá parecen molestarle casi tanto como mis gritos y gruñidos.

V

Pero bien, iba a describirles la tercera fase en la que siempre discuto para que me echen un poco más de leche en el plato del cereal. No importa mucho cuanto me haya sido servida originalmente, yo siempre pido un poco más. Entiendan ustedes que a estas alturas de la batalla yo siempre tengo que ganar o por lo menos intentarlo todo para que así sea. Una vez servida la leche a mi entera satisfacción, viene la parte del Nesquick (chocolate en polvo que, si se usa en exceso, puede ocasionar una enfermedad terrible llamada diabetes – según las amenazas de mamá). El problema es que yo siempre quiero la leche bien oscurecida por el cacao y mamá siempre me dice que tanto chocolate es malo para la salud. En esta discusión siempre pasamos otro rato a volúmenes intolerables.

Cuando por fin considero que la oscuridad de la leche ha llegado a un punto razonablemente equilibrado entre mis aberraciones cromáticas y la salud que tanto preocupa a mi madre, ella ya ha subido a nuestro cuarto para sacar el uniforme que tendremos que ponernos. Entonces yo empiezo a llamarla vociferando para que vuelva a bajar las escaleras y me sirva el cereal, cosa que podría hacer yo mismo si no me diera tanta flojera. En esta etapa ya ella se hace la sorda por lo que yo tengo que arreglarme para que el cereal me sea servido por alguno de mis hermanos o por la señora de servicio de turno. Como soy parsimonioso y no me gusta que me apuren, comienzo a comer mi cereal de una manera pausada y metódica mientras calcúlo mentalmente el tiempo que pasará antes de que mamá salga de su silencio y pegue otro grito para que me apure porque si no me voy a tener que ir al colegio sin desayunar y desnudo. ¿Se pueden imaginar lo ridículo que me vería llegando desnudo al colegio? Yo sé que ella nunca sería capaz.

Al fin termino mi cereal y subo penosamente cada escalón. Al llegar arriba siempre peleo con mi hermana grande que se antoja de estar metida en el baño justo cuando ya no aguanto las ganas de hacer pipí. Una vez vaciada mi vejiga y sin tener la precaución de bajar la poceta, me dirijo a mi cuarto donde ineludiblemente se encuentra mi madre sentada en mi cama con cara de pocos amigos. La pobre lleva meses intentando enseñarme cómo debo vestirme solo, pero a mí me es más cómodo hacerme el bruto o mostrarme auténticamente arrepentido de todo lo acontecido anteriormente. Entonces ella me abraza y me dice que me quiere mucho pero que no me estoy portando bien, me sienta en la cama y me pone, en orden estrictamente irreemplazable, los calzoncillos, las medias, la franela, los pantalones y los zapatos. Aquí siempre discutimos en dos puntos: las medias y los pantalones.

Mamá definitivamente todavía no ha aprendido que la raya de las medias debe ir encima de los dedos, sea cual fuere la forma en que se hallen confeccionadas, pues de otra forma siempre tendrá que quitármelas y volvérmelas a poner hasta que yo me conforme o ella se harte y me dé una nalgada, tras la cual aceptaré la posición de la raya tal y cual como haya quedado. Los pantalones también son punto de discordia porque generalmente me molesta el “pirulo” que queda en mala posición y eso sí tengo que arreglarlo yo solo, por órdenes expresas de ella.

Por fin estoy vestido. Ahora falta que mamá me peine y en este punto me encanta decirle siempre que así no es o que me está peinando las orejas. Pero bueno, mal o bien peinado, ya Papá, Camila y Tomás están montados en el auto y tengo que irme, me duela lo que me duela. Hasta este momento de partida, Mamá todavía no se ha quejado de dolor de cabeza.

VI

Paso toda la mañana en el colegio de una manera bastante fluida. Sólo de vez en cuando tengo alguna pelea con algún compañero, pero en general me las arreglo bien. Muchas veces tengo que hacer tareas atrasadas en la hora del recreo, pero me cuido bien de no contarle a Mamá para que ella se queje más de la irresponsabilidad de las maestras que de la mía propia. Sin embargo, hay otras faltas a la norma que sí me encargo de contárselas apenas me subo al carro ya que sé que su reacción será exponencialmente más severa si se entera por una citación de la psicóloga del colegio. En estos casos le pinto la situación verdaderamente caótica, de forma tal que cuando reciba la versión oficial de los hechos, ya no le parezca tan grave el asunto. Para ilustrarles esta técnica les contaré cómo hace una semana me monté en el carro y le dije a mamá que me habían castigado por haberle dado un puño tan duro a un niñito, que le sangró la nariz. A los dos días, mamá recibió la consabida citación de la psicóloga y de mi maestra. En dicha reunión se le explicó que en realidad el niño había sangrado mucho tiempo después de la pelea y porque tiene dicha tendencia, no por mi puño. Mamá, por supuesto, estuvo mucho más tranquila al saber la verdad del asunto.

VII

Bien… continuando con el transcurso del día, les cuento que siempre que subo al carro cuando mamá me recoge en el colegio al mediodía, yo le pregunto qué hay de almuerzo ese día y después de escuchar una descripción pormenorizada del menú, siempre digo que no quiero eso, sea lo que sea, y que quiero otra cosa; preferiblemente algo bien complicado o poco nutritivo. Mamá inevitablemente responde que tengo que comer lo que está preparado y que si no lo como, no podré comer más nada hasta la hora de la cena, dejando bien en claro que tampoco tendré derecho a comer cosa alguna a la hora de la merienda. Como me he dado cuenta de que en este aspecto mamá se mantiene bastante inflexible, últimamente he adoptado una táctica más complicada que consiste en comerme solo la mitad de la comida que me sirven, sea la cantidad que sea y pedir como postre un cachito y un café con leche. Pensé que esto molestaría a mamá pero lo que hizo fue ahuyentarla ya que al terminar su comida se va, diciéndome que puedo comer lo que quiera después de que termine con mi plato. Inmediatamente después de almorzar mamá me pide que haga la tarea, pero ¿cómo voy a hacerla a esa hora en que estoy tan cansado? Siempre le digo que dentro de cinco minutos, los cuales aprovecho para escabullirme a la casa de al lado sin que ella lo note. Cuando se da cuenta, o me llama por teléfono o se aparece en persona para descubrirme jugando Nintendo con Mariela. Entonces me agarra por un brazo y me arrastra hasta mi cuarto. Aquí es donde empieza el concurso de quién puede más, si ella con sus amenazas que, según el calendario varían desde quedarme sin regalos de Navidad, cumpleaños o fin de curso, hasta la no asistencia a la piñata de fulanito que es la semana que viene, o yo, retándola a sacar mi dedo gordo del pie más allá de la línea invisible que separa mi cuarto del afuera, a donde no puedo salir hasta que haga la tarea. Lo que pasa es que ella cree que mis obligaciones estudiantiles son sencillas y motivadoras, pero no son ni lo uno ni lo otro. Ya yo estoy cansado de escribir pa, pe, pi, po, pu y todas las sílabas sin sentido que a la maestra se le antojan como trascendentales.

VIII

A estas alturas del día ya mamá se ha tomado dos Tylenol (ella cree que son más potentes que la Tempra nacional o el acetaminofen genérico) y cree que con esta medida, tiene solucionado el problema. Pero todavía no han llegado Tomás y Camila de sus respectivos colegios y ahí es cuando la cosa se pone buena y el dolor de cabeza de mamá llega a su apogeo. A eso de las dos de la tarde suena el teléfono y mamá, con cara de resignación, agarra las llaves del carro y sale a recoger a mi hermana grande. Cuando ella llega, empieza otra rutina. Cada vez que la señora de servicio le avisa a Camila que la comida está servida, ella se mete a la ducha. Siempre se le enfría la comida, pero lo peor del asunto (porque a Camila no le importa comer frío) son los gritos de la señora, quien todavía no entiende que para mi hermana los horarios están intercambiados y la hora de la comida se transforma en la hora del baño y viceversa. Este es uno de los síntomas más comunes del S.D.A. (Síndrome de la Adolescencia) el cuál les iré describiendo a lo largo lo que queda de este día.

Ya almorzada mi hermana, mamá agarra otra vez las llaves del carro, esta vez para buscar al último miembro de su prole, quien viene tan cansado de sus múltiples actividades escolares, que se monta en el carro con humor de perro y sin ningunas ganas de oír la siempre repetida frase de mamá: “Cuando llegues a la casa, meriendas y después haces la tarea”. Tomás siempre amenaza con que se va a salir del fútbol porque nunca le da tiempo para hacer las tareas, pero con todo y esto, siempre llega, merienda y, o se escapa también para la casa de al lado, o se pone a divagar mirando el techo hasta que va llegando la noche, momento en el cual, invariablemente, se pone a llorar porque no le va a dar tiempo de terminar todo lo que tiene que hacer y además, no va a poder patinar en la calle. Tomás tiene además la característica de solo hacer la tarea si mamá recibe alguna visita o la llaman por teléfono. En ese aspecto, todos parecemos habernos puesto de acuerdo. Apenas oímos el teléfono sonar, vamos indagando, puerta por puerta, a ver quién es el afortunado que recibió la llamada. En el cuarto de Camila nunca podemos entrar porque ella está siempre cerrada con llave (a menos que esté su novio, caso en el cual lo tiene terminantemente prohibido, no sé por qué}. Pero a mamá siempre la cachamos “in fraganti” en el justo momento en que se está escondiendo en el baño con el teléfono inalámbrico y sus cigarritos para poder hablar en paz. Una vez descubierto que ella fue la que recibió la llamada (esto vale también para cuando la llamada fue hecha por ella), nos disponemos ha traerle cuadernos, libros y diccionarios que ella tiene que revisar inmediatamente, porque es su deber de madre ayudarnos en nuestro proceso educativo y porque sin su ayuda inmediata e incondicional, estamos perdidos, lloramos, gritamos y nos desesperamos. A veces este drástico planteamiento también lo hacemos justo en el momento en que ella decide ir al baño, esta vez no a hablar por teléfono sino porque sus necesidades fisiológicas lo hacen meritorio e impostergable.

IX

En los casos de visitas de carne y hueso, ubicamos rápidamente en qué área de la casa se sentó mamá con la visita, calculamos la distancia entre mamá y su invitado y allí mismo colocamos todos los útiles necesarios para la realización de nuestros deberes. Yo no sé por qué mamá se molesta tanto cuando hacemos esto ya que ella siempre dice que lo más importante es hacer la tarea para que después podamos ir a jugar. Justo en el momento álgido de la discusión entre el deber hacer la tarea y el mejor lugar y momento para hacerla, aparece Camila bajando las escaleras con una “toilet” de Domingo y los labios pintados de anaranjado fosforescente, participando a mamá que se va con unos amigos y no sabe ni cómo, ni cuando regresa. Para estos momentos mamá, que ya tiene la cara desfigurada por la rabia y por la jaqueca, se levanta de una salto del sofá, despide a la visita a empujones y le dice a Camila que ella no va para ninguna parte con esos amigos que ella no sabe quienes son, ni tampoco con esa pinta de vampiresa trasnochada. Mi hermana, a quien hasta ahora no he descrito a cabalidad, da una vuelta sobre sus talones con cara de vieja solterona en el día de la boda de la última amiga soltera que le queda y sube los escalones de regreso a su cuarto, murmurando frases incomprensibles entre dientes y tirando la puerta con toda la fuerza que le permiten sus quince años y medio.

En realidad, aún cuando no he terminado con la descripción del día, he de confesarles que ya estoy agotado y, tras releer lo escrito hasta ahora, comienzo a darme cuenta de por qué a mi mamá le duele la cabeza todos los días.

¿A ustedes no les duele ahora?

10 comentarios:

La Gata Insomne dijo...

Hola qué genial y desesperante y parecido!!!!
me duele la cabeza pero no me pude despegar,te pusiste como narradora en una minuciosidad sádica como la del niño!!!!
Aquí entre nos Vos sos mi Nodriza ehhh?? pero en parte yo soy también la tuya en esta modalidad ya que ese dato hasido todo un curso del que has aprendido mucho

digo yo ché????? A que sí!!!!


Besos y sigue que vas que quemas!!!!

besos

Anónimo dijo...

Que bueno, maravillosa descripción de los hijos. la cotidianidad.
Definitivamente, son la sal de la vida. ja,ja,ja
Me encanto Sebastián, Se las sabe todas y una mas.
Besos Caro...

Anónimo dijo...

María, es enorme ¡Este rato de risoterapia me llegó de perlas!

Abrazo grande, Isa

Maria D. Torres dijo...

Ena, este texto fue escrito ANTES de Orsai. Pero por eso me gusta el argentino, porque tiene mi estilo! Yo nací primero, pero el desgraciado ese escribe mucho mejor!
(ya te lo dije Hernán, que me iba a suicidar, pero decidí mejor dejar de leer tus posts! (ojalá pudiera hacerlo, pero creo que se me hace más difícil que dejar de fumar))

Carolina, a veces hubiera deseado una vida menos salada, pues mis años trascurrieron con hipertensión emocional y sí, mi Sebastián (Alejandro) con 17 ahora, es un hombre espectacular y se las sigue sabiendo todas! Es el adolescente en alquiler que nadie a alquilado aún.

Isa, gracias por tus enormes halagos. Estaré en primera fila para lo de tu libro, cámara en mano. Qué notición!

Kenia Campano dijo...

MariaD, DELICIOSA narración, me encanta, siempre espero tus nuevos "pocosdemucho", los disfruto "muchodemucho",
kenia

Arcangel Vulcano dijo...

Amiga simplemente me fascinó.Suelo denominar a mis retoños: "los pequeños tiranos". Debes creerme, lo son en realidad; suelen ejercer el poder inmisericordemente sobre este humilde mortal que los ama incondicionalmente.

Los más mangansones, los muchachones -así los llamo- ejercen el poder afectivo de forma más sutil, pero igual son los reyes de la manipulación, sus frases preferida, parecieran ser: "ahoritica vuelvo", "es rapidito, no me tardo", "tengo que estudiar en casa de...", "papá estás ocupado, permiso para...".

Las niñas suelen ser aún más querendonas pero más hábiles que los varones, y apelan a nuestras debilidades con mayor fuerza que nadie, ¡Dios mio! y pensar que nos gobiernan y nosostros creemos que los mandamos, jajaja.

Un abrazo.

José M. Ramírez dijo...

María Dolores, me has hecho llorar a cántaros, no sé bien la razón, no hay sensiblería en este texto, sólo realidad, acaso es eso.

Yo no he podido pasar de la página 10 de "El jinete polaco", arranco a llorar. Nadie me ha explicado la razón, aparentemente no hay nada allí que lo justifique, acaso mucha realidad.

Será que me siento desprotegido fuera de los seguros prados de la ficción.

Un abrazo y un beso en la sien para el dolor de cabeza.

Maria D. Torres dijo...

Arancangel, criar hijos es una de las tareas más difíciles que tenemos los seres humanos! Al menos en estos tiempos donde uno no tiene mil criados a quien dejárselos.

José, yo no sé por qué lloraste tú al leerlo. Lo que si te puedo decir es que yo he llorado muchas veces en el transcurso de mi maternidad. Ha tenido cosas maravillosas, pero también ha sido REJODIDO!
Un abrazo
Maria D

Araña (A.C.) dijo...

Caramba, terminé don dolor de cabeza.
Me gusta como narras. Me gusta como dentro del dolor, reluce el humor.

Poniéndome al día---
regresé

Flavia dijo...

Como siempre me ha gustado mucho, será cierto que mi pequeñín anda en las mismas andanzas y plenamente consciente???? no me extrañaría nada...
Un abrazo

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